martes, 30 de agosto de 2016

Tercer Borde: La innovación organizacional

Una nueva idea emerge en el momento de pensar en bordes: la innovación organizacional. Por más de 18 años  promoví los procesos de innovación en las organizaciones. Primero en mi tarea como consultora ayudando a las organizaciones privadas en sus procesos de cambio, luego en diferentes cargos en organismos públicos como consultora y comunicadora. La innovación organizacional fue incluso tema central de mi trabajo final de Postgrado en Comunicación Ambiental en la UNR en 2011. La innovación organizaciónal es entonces un tema que indudablemente me convoca.

En todos los casos de mi experiencia, una paradoja parece ser el núcleo central de la problemática: la innovación se entiende como un proceso lineal que emerge desde el centro de la organización hacia la periferia, pero la innovación obedece a otras reglas;  nace de los encuentros, de los borramientos de fronteras, de los espacios de diálogo. ¿Cómo hacer emerger la innovación en estructuras que generalmente son fuertemente piramidales y departamentalizadas cuando la innovación responde a lógicas de redes y liderazgo distribuido? La respuesta a esta pregunta arroja una paradoja de difícil resolución.

Vuelvo ahora a los bordes: ¿Qué es sino la innovación organizacional sino un proceso de borde? ¿Dónde sino podría surgir la innovación sino en los bordes? En los bordes de la disciplinas, de nuestros propios  saberes, de las conexiones entre departamentos y áreas, en las redes de conocimiento, en las conexiones entre los diferentes, es donde surge lo nuevo, aquello del orden de lo no previsto.


Pensar la innovación organizacional desde el borde implica transcender la clásica mirada instrumental de Kurt Lewin,  que describe el cambio planeado como una secuencia instrumental entre un estado de descongelamiento, cambio y recongelamiento. Implica también, abandonar las creencias totalizadoras que conciben al cambio organizacional a partir de una decisión racional donde se puede garantizar el punto donde arribar y donde las organizaciones tendrían posibilidades infinitas de cambiarse a sí mismas. Tales premisas cargan con el potencial racionalizador del pensamiento de lo simple.

La innovación como borde requiere indefectiblemente superar los límites disciplinares para pensar en procesos interdisciplinares y transdiciplinares capaces de construir nuevos niveles de comprensión. Requiere  pensar en procesos más solidarios y menos secuenciales. Porque la realidad no se presenta en cuadrículas ni en compartimientos separados  sino es producto del diálogo plural de creación e intercambio de conocimientos.

Las organizaciones no cambian por decreto. Pueden adecuar sus mecanismos y procesos, pero en la medida que no se ponga en el epicentro del cambio a las personas, las antiguas prácticas vuelven bajo el efecto cosmético de discursos emancipadores. Son las personas quienes constituyen la trama de interacciones que sostiene y reproducen la lógica interna. Son las personas las que realizan rutinas y prácticas profundamente internalizadas en su cotidianidad, quienes sostienen patrones de interacción, quienes en definitiva hacen el cambio en una organización.

Pensar la innovación organizacional como borde implica proponer conexiones. Porque no es posible fortalecer los procesos de innovación si los pensamos escindidos. Porque la complejidad de la realidad de las organizaciones requiere de espacios de articulación que favorezcan el encuentro y la conversación entre los diferentes como punto de partida del trabajo conjunto.  Este no es un camino fácil, no hay una línea recta que seguir libre de conflictos y tensiones, muy por el contrario implica hacer emerger los conflictos para recuperar las lógicas, las miradas y los intereses puestos en juego.

En este contexto, la comunicación tiene un lugar clave.  Su tarea es la de abrir rendijas, construir pequeños espacios que permitan generar condiciones de formulación y de posibilidad para hacer emerger los procesos cambio. 

sábado, 27 de agosto de 2016

Segundo Borde: El recreo


Otro borde ha llamado mi atención, el recreo escolar.Mi curiosidad por los recreos nació en 2014, cursando una Maestría en Educación, Lenguajes y Medios en UNSAM. Surgió de repente, mirando imágenes de recreos en diferentes momentos históricos como propuesta de un Seminario de Pedagogía y Cultura. Había mucho más en las imágenes que niños y niñas jugando en un patio.Había toda una cultura infantil sumamente rica y no subsidiaria al espacio de clase. Toda una cultura que era necesario comprender para facilitar el aprendizaje de los niños en la escuela, pero que permanecía subsumida frente a la dominancia de la institución escolar y solo los abordajes más antropológicos podían captar.
Desde sus orígenes el recreo fue pensado como un justo y medido intervalo de tiempo antes de regresar al salón de clase. Esta racionalidad es la que se imprimió en la Ley 1420 que los definió como “intervalos de descanso, ejercicio físico y canto”. El recreo apareció desde entonces opuesto en una lógica dicotómica al tiempo de clase, un espacio de ocio, fuera del currículo, una “no cultura”, un espacio de frontera entre un tiempo de aprendizaje y otro.
Aparece aquí entonces la necesidad de pensar el recreo como una frontera abierta,  reconociendo que en los recreos se juegan espacios de construcción de las identidades, aprendizajes cotidianos de los niños, niñas y adolescentes, espacios de lo múltiples, de emergencia de los sujetos. 

Primer Borde: La ciencia

Al pensar en bordes rápidamente viene a mi cabeza la razón de ser racionalizadora de la ciencia positivista. Una de las propuestas centrales de la ciencia clásica fue construir bordes. Bordes que separaran los dominios de la ciencia, las partículas elementales, los campos disciplinares. Bordes como fronteras,  que persiguen como única medida el control sobre los objetos. Bordes que se presentan como universales y absolutos. Bordes como amenazas, bordes como tajantes separaciones de objetos. Esta visión de la ciencia construyo una visión de  objetos aislados y separados por sus bordes como espacios ciegos. Bordes que tienen prohibido habitarse.
La medicina alopática es un claro ejemplo: cardiólogos, neurólogos, oftalmólogos, psiquiatras,  traumatólogos…un cuerpo escindido,  fragmentado, separado por objetos y sus bordes…salud y enfermedad….bordes que no se cuestionan, bordes que no se observan….disciplinas celosas de sus objetos que remarcan los bordes retomando el control de sus espacios. Seres humanos fragmentados a la mínima unidad, separados por bordes. 
Al decir esto viene a mi cabeza un nuevo borde: la idea de frontera. En términos simples, una frontera marca la división entre territorios. No obstante, todos los que hemos visitado alguna frontera internacional hemos visto que la frontera no es un límite, sino es espacio habitado rebosante de significado. Como es un espacio “no definido”, libre de territorialidad,  la frontera se presenta como abierta a “otras reglas”. La frontera entonces, no es una línea sino una franja de territorio.
La frontera con Bolivia, que une La Quiaca con Villazón es un claro ejemplo: cientos y cientos de hombres y mujeres transitan la frontera llevando enormes pesos de mercancía. De cada lado de la frontera, camiones cargan y descargan la mercadería. Una espacio "no visto", otras reglas… En el medio todo un universo, mujeres que cuentan historias, venden sus mercaderías, monos haciendo piruetas, turistas, comerciantes, niños, niñas. Un espacio que simbólicamente no es Bolivia ni Argentina; un espacio que geográficamente no cuenta…
El ejemplo de la frontera es un disparador para pensar en los bordes tradicionales de la ciencia clásica: los cientos de hombres, los monos, los turistas, los niños y las niñas serían invisibles bajo los ojos de la ciencia clásica…no existen, no se cuestionan, no son ni de unos ni de otros. Habitan en los bordes.

Sobre Bordes


Me anima a escribir este blog el concepto de borde. Hace mucho tiempo que me entusiasma, quizás porque creo que en él hay mucho más que una línea que separa las superficies. En los bordes de las disciplinas, en los bordes de las relaciones, en los bordes de las experiencias, en los bordes de la comunicación, es donde muchas veces emerge el conocimiento. 

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