Una
nueva idea emerge en el momento de pensar en bordes: la innovación organizacional. Por más de 18 años promoví los procesos de innovación en las
organizaciones. Primero en mi tarea como consultora ayudando a las
organizaciones privadas en sus procesos de cambio, luego en diferentes cargos
en organismos públicos como consultora y comunicadora. La innovación
organizacional fue incluso tema central de mi trabajo final de Postgrado en
Comunicación Ambiental en la UNR en 2011. La innovación organizaciónal es entonces
un tema que indudablemente me convoca.
En
todos los casos de mi experiencia, una paradoja parece ser el núcleo central de
la problemática: la innovación se entiende como un proceso lineal que emerge
desde el centro de la organización hacia la periferia, pero la innovación
obedece a otras reglas; nace de los
encuentros, de los borramientos de fronteras, de los espacios de diálogo. ¿Cómo
hacer emerger la innovación en estructuras que generalmente son fuertemente
piramidales y departamentalizadas cuando la innovación responde a lógicas de
redes y liderazgo distribuido? La respuesta a esta pregunta arroja una paradoja
de difícil resolución.
Vuelvo ahora a los bordes: ¿Qué es sino la innovación organizacional sino un proceso de borde? ¿Dónde sino podría surgir la innovación sino en los bordes? En los bordes de la disciplinas, de nuestros propios saberes, de las conexiones entre departamentos y áreas, en las redes de conocimiento, en las conexiones entre los diferentes, es donde surge lo nuevo, aquello del orden de lo no previsto.
Pensar la innovación organizacional desde el
borde implica transcender la clásica mirada instrumental de Kurt Lewin, que describe el cambio planeado como una
secuencia instrumental entre un estado de descongelamiento, cambio y
recongelamiento. Implica también, abandonar las creencias totalizadoras que
conciben al cambio organizacional a partir de una decisión racional donde se
puede garantizar el punto donde arribar y donde las organizaciones tendrían
posibilidades infinitas de cambiarse a sí mismas. Tales premisas cargan con el
potencial racionalizador del pensamiento de lo simple.
La innovación como borde requiere indefectiblemente
superar los límites disciplinares para pensar en procesos interdisciplinares y
transdiciplinares capaces de construir nuevos niveles de comprensión. Requiere pensar en procesos más solidarios y menos
secuenciales. Porque la realidad no se presenta en cuadrículas ni en
compartimientos separados sino es
producto del diálogo plural de creación e intercambio de conocimientos.
Las organizaciones no cambian por decreto.
Pueden adecuar sus mecanismos y procesos, pero en la medida que no se ponga en
el epicentro del cambio a las personas, las antiguas prácticas vuelven bajo el
efecto cosmético de discursos emancipadores. Son las personas quienes
constituyen la trama de interacciones que sostiene y reproducen la lógica
interna. Son las personas las que realizan rutinas y prácticas profundamente
internalizadas en su cotidianidad, quienes sostienen patrones de interacción,
quienes en definitiva hacen el cambio en una organización.
Pensar la innovación organizacional como borde implica
proponer conexiones. Porque no es
posible fortalecer los procesos de innovación si los pensamos escindidos.
Porque la complejidad de la realidad de las organizaciones requiere de espacios
de articulación que favorezcan el encuentro y la conversación entre los
diferentes como punto de partida del trabajo conjunto. Este no es un camino fácil, no hay una línea
recta que seguir libre de conflictos y tensiones, muy por el contrario implica
hacer emerger los conflictos para recuperar las lógicas, las miradas y los
intereses puestos en juego.
En este contexto, la comunicación tiene un lugar clave. Su tarea es la de abrir rendijas, construir
pequeños espacios que permitan generar condiciones de formulación y de
posibilidad para hacer emerger los procesos cambio.
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